viernes, 25 de mayo de 2012


Lo acarician tres tristezas. Amor, soledad y risa. Lo persiguen dos sueños locos. La esperanza y el futuro. Él es tan solo un triste uno, que no piensa, no razona y no ve más allá de lo que otros le dejan ver. Mira y se desvive porque no le dan lo que busca. Piensa y no comparte las angustias que vivió. No se sonroja, pero ríe ante las adversidades. Busca en su ropero el mejor traje de gala para cada día. No lo encuentra, nunca lo encuentra, pero todas las mañanas abre su ropero de todas formas. Sabe que no pierde nada, sabe que no encuentra nada, pero no sabe que en realidad no busca nada. Y entonces sale a la vida y a la calle, se cruza con gente y de vereda, mira los ojos del cansado laburante. Se mete en el subte y busca ahí también. Llega a las corridas a su destino, pero nunca es tarde. Vuelve a buscar en las escaleras, en las cuatro paredes, en los patios. El traje no aparece. De todas maneras se prueba algunos, pero ninguno le queda bien. Entonces en la desventura intenta con alguno usado, uno prestado, uno de ajeno. No hay caso. Se vuelve al nicho y prueba con alguno de un vecino, pero le quedan grandes. Se acuesta, mira al techo. Se despide de un no se quien, que no esta en el cuarto y se duerme. Se le ocurre que ese traje que alguna vez lo hizo feliz, guapo y varón puede funcionarle otra vez. Pero se equivoca, como todos. Lo vuelve a guardar en el perchero pero esta vez para siempre. Hoy en día sigue vestido con sus propias miserias y calzado con su par de soledades. Pero todos los días sale a buscar ese traje.

Todos buscamos el traje que mejor nos va, que nos hace ver más orgullosos, nos mejora el porte y la dicha. Algunos se visten de negro con soledad, otros prefieren disfrazarse de si mismos. Mientras tanto ahí afuera, en la ciudad, el monte, la llanura y el sol, hay un traje que tiene nuestro nombre y a su vez, también nos esta buscando.

Superbio F. Gaudim


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